A veces con amor
Entre los pases mágicos y los remedios caseros de Teresa; los presentimientos y fantasmas de Clara y los demonios de El descanso había diferencias.
Lucía fue quien le aclaró el panorama a Clara, cuando le dijo que el espíritu es tierra de cultivo para las conexiones con las "almas perdidas" en los períodos en los que uno está triste, cuando hace mucho que no se le abren las puertas a los momentos de felicidad.
"¿Cómo hacés para estar siempre feliz?" le había preguntado Clara a esa mujer que se apareció un día con un budín de frutas en la mano y una mirada pacífica en el rostro, cuando todavía vivía en la ciudad. "Me acabo de mudar al frente, así que ando visitando a los vecinos. Mucho gusto", le dijo a Clara y a partir de ese día fueron grandes amigas, compinches, con códigos implícitos de hermandad espiritual.
Cuando Clara le preguntó por su estado permanente de felicidad, Lucía le respondió "estar siempre feliz no es posible. La felicidad es fugitiva, como un perro callejero: te mueve la cola y te hace fiesta cuando le das de comer, pero no quieras atraparlo porque buscará la puerta hasta que logre fugarse". Clara le respondió con una carcajada, sorprendida por la metáfora. Lucía le replicó "no te rías, es muy cierto. Cuando un momento feliz llega a tu casa tenés que alimentarlo, sabiendo que en algún momento se irá por la puerta. En cambio cuando te invade un momento triste, tenés que encerrarlo y darle rienda suelta al lagrimón. Él solito se va a encargar de abrir la puerta y dejarte lista para recibir la felicidad fugitiva".
Lucía había tenido varias tristezas gordas encerradas. Era hija única, se había casado con un hijo único y había tenido un solo hijo. Los padres de ambos y una tía viejita que vivía lejos, completaban el cuadro familiar. De modo que con cada muerte se les apretujaba el alma. Primero falleció el papá de su marido y tiempo después, la mamá. Pasaron varios años sin la visita de la parca, y, con el ánimo renovado, con ansias de pasarla bien, decidieron hacer un viaje. No habían hecho muchos kilómetros cuando un camión les rozó el automóvil, y éste se convirtió en un trompo hasta que después de varios tumbos terminó hecho una madeja de hierros, chapa y cables. Lucía, quien se había desprendido el cinturón para preparar unos mates, salió despedida junto con el parabrisas. La descubrieron los bomberos, cuando empezaron a reconstruir el recorrido del automóvil. Para ese entonces habían pasado como seis horas desde el accidente. Ella estaba inconsciente, helada, con un brazo quebrado y un sinnúmero de rasguños, cortes y hematomas, pero viva. Su familia, en cambio, la había abandonado para siempre al estrellarse contra el árbol. Ella quedaba en la más profunda de las soledades.
Cuando salió del hospital sólo atinó a encerrarse en su casa y llorar y llorar... y llorar. Pero un buen día pensó que por algo ella había quedado viva. Por varios años se dedicó a estudiar y anotarse en cuanta beca aparecía. Así fue que viajó por diferentes países. Su mente se abrió al mundo y terminó en Guatemala, trabajando para una organización que se ocupaba de los niños que quedaban huérfanos después de alguna de las catástrofes típicas de ese país. "Esos niños me brindaron los momentos más felices de mi vida. Paradojas de la vida, sus tristezas trazaban los caminitos de mi felicidad. Arrancar una sonrisa de esas caritas era la única meta, el proyecto de cada día", explicaba con una sonrisa.
Los proyectos, o la falta de ellos, la habían convertido en una Lucía para los demás. No parecía interesada en sí misma, o tal vez ésa era la visión que tenían los que se basaban en el acostumbrado egoísmo que caracteriza al ser humano. En su deambular por el mundo, había sido un perro vagabundo que no pedía comida, sino que regalaba alimento para cuanto ser lo necesitara. A su puerta llegaban perros, a su patio gatos. Su casa era biblioteca, comedor y hasta hospedaje en más de una ocasión.
En el alma de Lucía había sin embargo un fantasma que aún influía en su espíritu y le impedía el arraigo, el apego. Pasaba un tiempo en cada lugar al que se mudaba y luego levantaba tienda, dejando enseñanzas, generando proyectos, pero ella, se iba. Cuando le anunció a Clara que se mudaba a otra provincia, le dijo "andá y llorá por esta tristeza, pero no la encierres demasiado tiempo, para que ambas podamos abrirle la puerta a nuevos momentos felices".